jueves, enero 17, 2008

Y llevaba los zapatos rojos...

Publicado por V. en 1:29 p. m.


Y llevaba los zapatos rojos...

Elvira se miró en el espejo: llevaba ese vestidito tejido de color damasco que a su abuela tanto le gustaba, dos gruesas trenzas colgaban tras cada mejilla, y una de sus calcetas blancas estaba más baja que la otra. Derrepente sintió cómo la brisa acarició su cuerpo, dejando esa rica sensación de cosquilleo en la nuca. Su vestido se unió en una breve danza mientras jugaba con el viento.

Era un día cualquiera en el que Elvira viajaba como de costumbre entre las estaciones de San Pablo y Pajaritos. Su mamá le había pedido que tuviera mucho cuidado, y que no hablara con desconocidos. La abuela le había enseñado a esconder el dinero dentro de sus zapatos, aunque ella siempre prefería ponerlos en el doblez de su vestido, donde no le molestaba. Mimi, su más fiel compañera, colgaba por su brazo. Desde que tenía memoria, la vieja muñeca de trapo había estado siempre con ella. Vestía un delantal de cuadrillé celeste que siempre le recordaba el colegio. Elvira nunca olvidaría aquel año en que se había escrito cartas de amor con Joaquín. Joaquín no era el niño más lindo del curso, pero sí el más valiente. Siempre tenía las ideas más brillantes e imponía las reglas del juego durante los recreos. Lamentablemente, Joaquín tenía una imagen que mantener ante los demás, porque como líder, no se podía saber que él andaba con niñas; eso habría mostrado debilidad. Por eso, Elvira escondía cuidadosamente las cartas bajo su banco. Él las leía a escondidas durante la hora de almuerzo, detrás de la oficina de los auxiliares de limpieza. Quizás este amor secreto era la causa de por qué Elvira nunca se había atrevido a declarar su amor públicamente.

Un potente rayo de luz sacó a Elvira de su ensoñación. Muchos años habían pasado ya desde la última vez que había paseado con Mimi. Sus manos ya no eran tan aterciopeladas como antes, y su cabello lo llevaba ahora suelto. Elvira ya no usaba vestidos, sólo pantalones. Daba igual si era verano ó invierno, siempre vestía los mismos pantalones negros. Su pelo largo y lacio colgaba sin gracia ocultando la mayor parte de su rostro. Joaquín había pasado al olvido, de hecho, le había sorprendido que lo hubiese recordado. Se preguntó qué estaría haciendo él en esos momentos. La última vez que lo vio fue durante su último día en el campo, cuando Mamá le informó sobre su decisión de mudarse a Santiago.

Al comienzo fue difícil, pero con el tiempo se acostumbró a jugar sobre cemento en vez de correr libremente por los cerros y el humo de las micros ya no le causaba alergia. Sin embargo, la vida en la ciudad nunca sería tan cálida y placentera como la del campo. Desde que vivía en la ciudad todo había cambiado: no sólo su cuerpo y su voz, sino también su mirada y el modo de andar. ¡No podía creer que Mamá hubiese preferido cambiar su vida en el campo para trabajar como empleada doméstica! Desde entonces su hogar se había reducido abruptamente a una pequeña habitación escondida detrás de la cocina.

Y así había sido el resto de su vida: Elvira siempre estaba escondida. Durante su educación, Elvira se había escondido tras los libros; tras graduarse, se había escondido en un monótono trabajo en la bodega de una tienda; y mientras otros caminaban por las ajetreadas calles de Santiago, ella viajaba en metro. Ese día, sin embargo, había recordado los dulces días en casa de sus abuelos. Ellos ya habían muerto causando mucho pesar a su madre que, tras mudarse a Santiago, nunca los volvió a ver. Sin embargo, algo se había quedado impregnado en la retina de Elvira que la hizo sonreír. Su último día en el campo, Joaquín había corrido hasta su cerca para verla por última vez. Allí, él se inclinó para besarla tiernamente en la mejilla. Quizás esa había sido la única y gran muestra de cariño que Joaquín le había dado durante su breve romance. Elvira poco recordaba de lo que venía después, pero ese día un colibrí aleteaba cerca de las hortensias y ella...ella llevaba zapatos rojos.

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