miércoles, junio 24, 2009

El regreso de la máquina ancestral.

Publicado por V. en 12:41 p. m.
Habían pasado más de diez años desde que se escucharon por última vez los tiqui-tacas de la máquina de escribir de Don Alfredo. Era una Royal 250 de escritorio, en la cual el viejo se sentaba a transcribir recetas de cocina que su desordenada esposa muchas veces dejaba abandonadas al azar en alguna parte de la casa, escritas en pequeños trozos de papel--una servilleta, el reverso de un recibo, una hoja de cuaderno partida a la mitad. Si no, se trataría de algún otro asunto serio: una carta a El Mercurio ó al alcalde, el índice de alguna colección de revistas, el informe sobre los gastos de la casa del mes anterior, en fin, algún documento que mecereciera ser tipeado y archivado en los registros de la casa que él cuidadosamente guardaba en su despacho. De esta manera, el uso de la máquina estaba reservado sólo para lo que pudiera denominarse "trabajo", pero jamás para actividades que significaran algún tipo de recreación, como la escritura de un diario ó la creación de una historia ficticia.

En la distancia, sus nietas miraban atentas el ir y venir de sus dedos sobre el intrincado mar de teclas que impulsaban el baile de esas piernas coquetas que imprimían letras negras a destajo sobre el inmaculado blanco del papel. El sonido del acordeón de tecletazos era una sublime melodía que traicionera iba sometiendo a las traviesas niñas en una especie de trance que muchas veces las condenaba al sueño. Afuera, el sonido del tecleteo de perdía entre los gritos de los juegos de los niños, y el pasar del viento que viajaba raudo de mar a cordillera.


Fue la muerte quien finalmente extinguió para siempre el mantra de la máquina. Cuando el abuelo falleció la máquina pasó al olvido entre la oscuridad y el polvo de un armario, y el paso de los años se encargaría de borrarla del mapa con la llegada de nuevas tecnologías que por lejos superaban lo que alguna vez fue la maravilla de la oficina.


Mas el caprichoso destino habría de incitar la curiosidad de unos niños que, dos generaciones más jóvenes que su último ocupante, resucitaron la máquina desde las profundidades del olvido. Fue un suceso histórico en la vida familiar: "¡reapareció la máquina del abuelo!", la noticia corrió por todos los rincones de la tierra. Hasta los tíos de provincia viajaron a verla, pero con tristeza confirmaron el mal estado en que el tiempo la había dejado. Y desilusionados la abandonaron una vez más a su suerte. "No tiene remedio" "¡Qué pena! ¡Qué desperdicio de reliquia!". Y la cajita mágica de las letras de carbón fue paulatinamente cubriéndose de polvo, tiñéndose de gris, muriendo en la memoria de quienes alguna vez la habían visto en plena ebullición industrial. Pasaron unos cuantos años más antes de que alguien pudiese delucidar el verdadero potencial de esta máquina ancestral. Aún con la tinta de su cinta seca y marchita, las marcas que una a una se iban impregnando sobre el papel iban desatando los dedos de su nueva ocupante con fruición.


Desde entonces no suelto la máquina. Aunque el ruido de mi tecletear despierte de su siesta a los vecinos, aunque cada error de tipeo inicie un delicado proceso de restauración del papel, aunque sea más lento y quite tiempo. La máquina de mi abuelo tiene un halo de magia que en mí desata una ingeniosa creatividad. Me siento como todas mis escritoras heroínas que alguna vez en la historia desataron la lucha contra la dominación masculina sobre las letras y el papel. Me hace sentir el flujo del ciclo de la vida al pensar que alguna vez, tal como yo ahora, mi abuelo estuvo tecleteando con el mismo incalzable afán de crear el documento perfecto. Y es que así lo recuerdo: diccionario en mano, escribiendo apasionadamente, inclinado sobre su máquina, la vista fija, la mente absorta, tratando de inmortalizar su existencia en un pedazo de papel. Y yo aquí sigo su ejemplo, lástima que la máquina no puede conectarse a Internet!


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