jueves, marzo 13, 2008

Maravillas

Publicado por V. en 1:48 p. m.
Tengo un secreto y no lo voy a contar. Ayer los suspiros abrieron sus pétalos al atardecer, saludando a los pasantes que se dirigían hacia el parque. Las abejas, inquietas e incesantes, danzaban felices alrededor de una enrredadera que había florecido como nunca antes en la vida. Y pensar que ya viene el otoño y que no veremos a las pobres flores hasta el próximo verano.

Me senté no tan cómodamente en una banquita, la única que estaba a la sombra. Aborrezco esa loca manía del sol de ponerse en el lugar menos propicio, porque poco después tuve que cambiar de lugar. Quería leer, pero la tranquilidad del parque se vio invadida por el entusiasmo de la llegada de los escolares que venían saliendo de clases, así que me dediqué a observar.

A mi izquierda se encontraba un grupo de chicos trepando a los postes, como si se tratase de un palo encebado. ¿Cuál es ese afán masculino por demostrar el vigor y la fueza física a los demás? Siempre con sus duelos de gallitos, peleas de pulgares, saltos de rana, carreras de aquí a la esquina. Total que yo no les dí ni bola, porque me cargan los que tratan de hacerse los monos.

En otro rincón, no muy lejos, había un grupo de chicas acicalándose el pelo entre unas y otras. Recordé entonces los tiempos en que yo hacía más ó menos lo mismo con mis amigas. Creo que si hoy en día hiciera eso, todas me mirarían con cara de extrañeza. El tiempo nos ha vuelto serias, y nos obliga a discutir sobre Woolf ó Nietzsche. Quizás ellas ya lo saben, pero nunca se los he dicho: no tengo idea sobre ese Nietzsche. Siempre me dedico a repetir las ideas de los demás y asentir, de manera que parezco inteligente.

Las palomas picoteaban las migas que una vieja había tirado minutos antes. La manía de estas señoras por andar tirando sus restos del pan en lugares que no corresponden, menos mal que las palomas lo asearon con diligencia. El guardaparques miraba con ensoñación a sus aladas servidoras. Y la guagüita que iba en el coche me miró y sonrió.

Me levanté resignada a volver a casa, el plan de lectura había sido un fracaso. No se puede leer con tanta gente haciendo lo suyo, ¿cómo voy a concentrarme? La calle me esperaba para ser cruzada, y el paso de cebra me sirvió como puente entre un mar de autómoviles disparados a gran velocidad.

Las abejas seguían profanando la virginidad de las flores en celo, y las violetas comenzaban a cerrar sus pétalos por miedo a ser ultrajadas de igual manera. Cinco perros de casa se perdieron durante la semana pasada: dos poodles, un chiguaga, un cocker spaniel y un danés. Yo no sé por qué siempre los perros de raza se pierden y los policiales no. Al parecer es una cosa de inteligencia canina.

Di vuelta en la esquina y di un trotecito hasta llegar a casa. La puerta estaba abierta, la nana regaba la calle. Mi perro ladró en señal de bienvenida, mientras agitaba su colita cariñosa. Menos mal que no se ha perdido. Las cosas estaban tan desordenadas como las dejé, me senté en la cama. Entonces recordé que tenía un secreto, me lo habían surrado los suspiros...me sonreí, y proseguí a leer.

1 comentarios:

tu peor pesadilla.. on 9:56 p. m. dijo...

Es tan extraño leerte, Vale.
No en un sentido estético, ni mucho menos crítico (Dios me salve del periodismo). Es más porque al leerte me siento un poco en tu cabeza. Más que imaginarte en el parque o caminando hacia tu casa, te imagino como sosteniendo la imaginación para llegar a escribir lo que publicaste.
Sobre todo la parte del secreto. ¿Será real? Si es real, entonces cuando escribiste la última frase seguramente sonreiste, estoy convencida.Y si no era real, elsecreto, sigue siendo real, ya que tu secreto es que el secreto no existe y eso no nos lo puedes contar.
Pero esto es ficción o truman capote?
p.s: no tienes que responder, la incertidumbre es un agrado.

 

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