Yo sé que la primavera está a años luz de siquiera asomarse por la ventana, pero mi alma ya está agotada del invierno y por lo mismo se embarca en busca de nuevas aventuras. Entonces compré un boleto de avión. ¿A dónde? ¡No importa! Hace tiempo que mi espíritu busca una fuga, un espacio donde poder expandirse y liberarse de esta opresión que cada vez me aprieta más el pecho. Lo dije el otro día: ¡quiero gritar! ¡Quiero correr, correr muy, muy lejos! El destino no importa, es la marcha la que apremia.
Desesperada buscaba posibles salidas: ¿a dónde me voy? Y mi vocecita interior chillaba entusiasta: ¡A EE.UU! ¡Por favor! ¡Vamos a Estados Unidos! Pero la triste realidad es que a pesar de lo mucho que me gustaría reunirme con mis gringuitos, mi situación financiera actual ni siquiera me permite soñar con ello. (Mentira, porque soñar es gratuito. Y mi corazón sueña cada día con pisar nuevamente esa tierra de libertad). El punto es que, analizando mis posibilidades, decidí emprender el vuelo con rumbo a Buenos Aires.
Es cierto que un viaje implica una serie de preparaciones en cuanto a equipaje, planeación de actividades, etc. Pero nada de esto me importa. Quiero volar, quiero escapar, correr, liberarme...¡quiero saltar al vacío y dejar todo atrás! Desprenderme por completo de las amarras, ser libre y respirar; dejar esta sensación de estar ahogada.
Es por esto que cada día, al despertar, observo con detenimiento el pasaje que yace sobre mi velador y pienso con fruición en el sinnúmero de aventuras que allí me esperan. La Ciudad de los Buenos Aires...¡qué mejor elección para un nuevo respiro!
