domingo, marzo 21, 2010

Terremoto del Corazón

Publicado por V. en 11:55 a. m. 1 comentarios
El terremoto llegó a Chile bramando cuan Julio César a todo pulmón: "vini, vidi, vinci". Bastó una gran sacudida de tierra para que los chilenos nos diésemos cuenta que no podemos tomar la vida for granted. Y es que, a decir verdad, nuestro pequeño mundo quedó más revuelto que un par de huevos sobre una ardiente sartén a la hora del desayuno. Definitivamente, despertamos con "la vida patas arriba". Y aunque la catástrofe se posicionó unos cuantos miles de kilómetros más al sur de Santiago, varios santiaguinos tuvieron que arreglárselas para sobrevivir sin agua, luz e incluso algunos estuvieron sin casa durante los primeros días post-sismo.
Mucho se ha hablado sobre las proporciones dantescas de la catástrofe, dando interminables descripciones sobre daños estructurales y los últimos cómputos de víctimas fatales. Y aunque agradezco profundamente a Dios por ayudarme a sobrevivir un terremoto sin siquiera un mínimo rasguño, comienzo a analizar los cambios un tanto más imperceptibles pero persistentes que se generaron en mi corazón.

Por una parte, comencé a cuestionármelo todo. TODO. Absolutamente TODO. ¿Realmente quiero ir a Alemania el 2011? ¿Por qué mejor no saco la pedagogía en Chile? ¿Y si me voy a hacer un master en EE.UU? ¿Qué es lo que realmente quiero hacer con mi vida? Todas estas interrogantes repalpitaron en mi cabeza durante los días que prosiguieran al terremoto siendo únicamente interrumpidos por llamados de amigos y familiares preguntando si todo estaba OK. Me atrincheré en mi habitación con radio en mano, pendiente a la lectura de noticias. Sentía una gran ansiedad por estar al tanto de todo. Ahora que todo parecía incierto, necesitaba de alguien que me explicara que era lo que realmente estaba sucediendo.
Fue así que horrorizada observé no sólo la devastación que el terremoto había causado en el territorio afectado, sino también en la psiquis de las personas. Todos andaban corriendo como locos de un lado para otros, la mirada fija, desplanzándose sin rumbo. Poco a poco comenzó a notarse la desesperación en la gente: la televisión mostraba terribles escenas de destrucción y saqueos que parecían acechar a la vuelta de la esquina. De alguna manera la TV fue capaz de acercarnos tanto a esa realidad que los santiaguinos comenzamos a creer que pronto se vendría el mismísimo Apocalipsis tan anunciado por Nostradamus. Aquellos que temían un posible desabastecimiento se abalanzaron sobre los supermercados comprando todo lo que encontraran a su paso; otros hicieron largas colas en las bencineras para recargar combustible como queriendo huir del peligro inminente; muchas tiendas permanecieron cerradas temiendo eventuales saqueos; la gente permaneció en sus casas, las calles estaban prácticamente desiertas.
¿Y yo? ¿Qué sería de mí? ¿Acaso vendría el Chapulín Colorado en mi socorro? Una vez pasada toda la psicosis post-terremoto, aprendí que mi vida es muchísimo más sencilla de lo que yo pensaba. Ante la amenaza de escasez y desabastecimiento comencé a restringir mis necesidades a lo sumamente esencial. Desconecté todos los aparatos electrónicos que me eran prescindibles, y fui redescubriendo antiguos placeres, como la humilde la lectura de un libro a la sombra de la copa de un árbol. De no tener mis audífonos pegoteados a las orejas, comencé a descubrir los matices del silencio. Resucitaron viejas canciones de mi memoria y de mi garganta poco a poco fue floreciendo el canto.
Ya no necesitaba prácticamente nada. Estuve eternamente agradecida de la luz y el calor proporcionados por el Sol, y de noche me maravillaba ante la espectacular visión de la Luna y las estrellas en un Santiago a oscuras. Creo que por fin pude comprender y experimentar a cabalidad lo que Neruda quería expresar al decir "y en el firmamento titilan azules los astros a lo lejos."
Pero lo más hermoso de toda la experiencia fue sentir la unidad que existe entre todos los chilenos. Por las calles de Santiago ya no deambulaban más extraños, sino hermanos que por medio de pequeñas acciones buscaban dar muestras de afecto fraterno. Fue así que se generaron impresionantes movimientos de voluntariado que generaron miles de toneladas en ayuda para los damnificados. Se abucheó a los saqueadores, y se aplaudió a los sacrificados voluntarios que entregaron sangre, sudor y lágrimas en beneficio de los más necesitados. En la brisa deambulaba ese sentimiento que gritaba "¡Fuerza Chile! Este es el Chile que queremos ver". Y el terremoto pasó más bien a ser una bendición que traía consigo la unificación de los sueños de miles de chilenos que para este 2010 esperaban celebrar un bicentenario que habría de marcar un nuevo comienzo: de esos que obligan a volver a los cimientos para nuevamente edificar sobre bases más sólidas.
Así también el terremoto afectó mi corazón: obligándome a regresar a las bases de mi existencia, para replantearme la vida por completo y resurgir con aires renovados hacia un futuro esplendoroso.
 

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